Ilustré un misterioso cuento de la autora Fernanda García Lao para la sección "Gourmet ilustrado", abril 2013.
"El ingrediente", 2013.
Lápices.
Lápices.
Hipnosis en los labios
Fernanda
García Lao
Siempre que prepara la sopa lo
recuerda. Revuelve, y en el caldo reconoce su vida como si fuera un museo de
miniaturas acuáticas. Ese espejo turbio no refleja, atrae.
Olvido comenzó pelando cebollas
en lo de un magistrado. Sus lágrimas bañaban la mesada de su señoría por una
paga miserable. Ahora agita un costoso cucharón. Si la vieran, tan fina y
rodeada de manjares. Asistida por expertos.
Cada mañana solicita una lista de
ingredientes contradictorios a un joven aprendiz que recorre la ciudad en
distintas direcciones. Los productos son depositados puntualmente sobre la mesa
de cortes. A las once, se cierra la puerta. Nadie puede deambular por su acerada
cocina. La soledad es su misterio. Y el misterio alimenta a las figuras
ilustres. Olvido les anestesia la lengua.
El presidente y su comparsa
esperan en la sala principal la llegada de la sopa. Necesitaron espadas, genes
magníficos o ironías. Ella alcanzó notoriedad gracias a una pena.
Ni yo conozco los ingredientes,
las proporciones. Olvido me llama mientras llena la sopera. Cuando el humo
espeso disimula su sonrisa, saboreo una minúscula cucharita, mi único bocado.
La escucho tararear una melodía y
los labios se me adormecen. Sabe que voy a olvidar, que mi memoria divaga.
Entonces me habla de aquel amor del que sólo conoce las manos y algunos retazos
del cuerpo.
Cuando
anochecía en lo del juez, yo me asomaba por un ventanuco interno. Desde ahí contemplaba
a mi vecino. Un provinciano que al anochecer pasaba un tenedor por su torso desnudo,
mientras cantaba una milonga. Durante meses, aquella música oscurecida
y sus dedos representaron para mí la imagen de la existencia. Con la llegada
del invierno, el joven desapareció. Yo comencé a preparar esta sopa: un éxito.
El dolor es un garfio invisible.
Cuando no sé quién soy, Olvido me
confía la sopera. Salgo en dirección al salón donde me reciben excitados.
Las damas primero, exige el
presidente.
Hacia ellas voy, con la mirada
cautiva. Abren sus boquitas pálidas con devoción y yo deposito la hipnosis en los
labios perfectos. Los señores aguardan impacientes el feliz brebaje, haciendo
esculturas con migas negras.
Las ofensas, los agravios, el
propio ser, los vericuetos de la mente, se disuelven en la sopa. Nadie sabe con
exactitud qué hace ahí y se lanza con suavidad a la deriva contemplativa de su
propio meollo.
Una mujer pelirroja acaricia
furtivamente el mentón de un desagradable caballero que a los ojos de la sopa
parece digno. Un joven patricio se ve en el reflejo de la cuchara como una amarga
soltera. El mismísimo presidente se distrae de su dignidad y a gatas recorre el
alfombrado. La evasión se apodera del salón principal. Una dulce anarquía muy
parecida a la tristeza. Pero tiene límite horario. Con la digestión, se
extingue. Entonces, todos volverán a sus maniáticas rutinas. A su mansa
enfermedad de vida.
Olvido aguarda nerviosa junto a
la puerta. Cuando restan unos minutos para que se disipe la locura, entra al
salón y revisa los dedos, desabrocha las camisas, tantea los cuerpos. Pero no.
Aquel joven nunca está entre los invitados.
Entonces se hunde en el fondo de
sí misma, parece gelatina. Si pudiera se auto devoraría. Bocados lentos con
cucharita. Cada noche la misma cena.
Yo escondo las manos bajo los
guantes para consolarla. Oculto mi tronco imperfecto. Los surcos violetas del
tenedor me atraviesan la piel como rutas sin destino.
2 comentarios:
Está bien. Aunque por momentos "oscurece las aguas para que parezcan profundas". Vaya mi saludo junto con esto.
Una imagen que dice tantas cosas...!
Excelente
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